Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este primer domingo de marzo, la comunidad cristiana vive el 3° de Cuaresma, tiempo litúrgico que iniciara con el Miércoles de Ceniza el pasado 14 de febrero. Este especial tiempo de bendición, tiene la finalidad que el pueblo fiel se prepare para la gran solemnidad de la Resurrección. La Vigilia Pascual tendrá lugar el sábado 30 de marzo y el Domingo de Pascua -Resurrección del Señor- el 31.
Prosigamos en la preparación para la gran solemnidad de la Resurrección del Señor, el misterio fundamental de su vida, por tanto, trascendental también para nosotros -bautizados y confirmados- sus discípulos misioneros.
En este domingo se contempla en las celebraciones textos importantes y de grandes perspectivas: La primera lectura del Éxodo 20,1-17; el Salmo responsorial el 18, 8-11; la segunda lectura de la Primera a los Corintios 1, 22-25 y el Evangelio de Juan 2,13-25.
En el Salmo, los fieles repetirán la Antífona: “Señor, Tú tienes palabras de Vida eterna”. La comunidad cristiana la acoge como tal, palabras de Vida eterna. Es uno de los desafíos principales en este Tiempo de Cuaresma, acercarse a la Palabra, para conocer más profundamente a Cristo presente en ella, también su voluntad y procurar seguirla, contando con su gracia y bendición.
El pasaje del Evangelio de este domingo se debe leer, reflexionar e interpretar desde su final: “Él se refería al santuario de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la escritura y en las Palabras de Jesús” (vv 21-22).
En la proximidad de la Pascua judía -cuando Jesús subió a Jerusalén- realiza uno de los gestos más simbólicos de su misión, la expulsión de los vendedores y cambistas del templo: “Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero sentados” (v 14). El Señor defiende la Casa de su Padre, la sacralidad del Templo: “saquen esto de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado” (v 16). Lo fundamental del pasaje es su simbolismo, el signo. A la pregunta de los judíos: “¿qué señal nos presentas para actuar de ese modo?” (v 18), el Señor responde: “derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré” (v 19). Evidentemente, Él no hablaba del templo de piedra, para su construcción -como respondieron los judíos- se necesitaron casi 5 décadas: “cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? (v 20). Jesús hace alusión al templo de su Cuerpo. Él se entrega voluntariamente al Padre, en obediencia filial y por amor a nosotros. Su Cuerpo entregado y su Sangre derramada es el templo santuario. Muriendo, el Señor vive por siempre, en su triunfante resurrección: “Él se refería al santuario de su cuerpo”, aunque los presentes no entendieran que Él es el nuevo y definitivo templo. Sin embargo, “cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la escritura y en las palabras de Jesús” (v 22).
Jesús es el verdadero santuario -el templo definitivo- y también la verdadera ofrenda. Él se entrega y ofrece por amor a nosotros, como también por nuestra salvación.