El camino de Jesús no termina en la pasión y en su muerte, sino en la resurrección. Así es como estas mujeres, que permanecieron fieles al Señor, fueron testigos privilegiadas, ya que contemplaron la pasión, la muerte y la sepultura hasta la constatación del sepulcro vacío. Su presencia es muy llamativa, ya que los discípulos se han ido, y junto con ellos sus esperanzas y anhelos. Estos valores ya no son suficientes para sostener la unión con Jesús, pues solo les queda la fidelidad, como le sucede a cualquier creyente cuando siente que ni la fe o la esperanza le pueden devolver la alegría por algo perdido.
Sin embargo, esta fidelidad al Señor las impulsa a hacer lo que todavía pueden realizar por un muerto: ungirlo. Paso tras paso, las mujeres van hacia algo que ni imaginan. Como cuando experimentamos una situación de desgracia, sabemos cómo empieza pero no cuándo y cómo termina. Ellas están preocupadas por causa de la piedra que cierra la tumba, pero esta estaba abierta; quieren ungir el cadáver de Jesús pero su lugar estaba vacío; esperan ver a Jesús muerto y hallaron al ángel. Quieren asumir la pérdida de alguien que amaban, pero constatan lo dicho por Jesús: “Dios ha resucitado al Crucificado”.
Antes de resucitar, Jesús recorrió el camino de la cruz y de la muerte. Pero estas no tienen la última palabra, puesto que, por el poder y el amor de Dios, Jesús ha resucitado. A través de él, Dios nos ha dado el mensaje del amor que nos vincula a su Hijo. Junto al mensaje pascual se manifiesta la fidelidad de las mujeres y el abandono de los discípulos. No obstante, Jesús depositó su confianza en Dios Padre y no fue desilusionado. Por eso, la resurrección de Jesús, por ser Buena Noticia, no puede defraudar a nadie, porque la fidelidad, en él, celebra en la Pascua su triunfo.
“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí…” Mc 16, 6.
P. Fredy Peña T., ssp