La parábola de los dos hijos nos muestra que cumplir con la voluntad de Dios es un deber irrenunciable, que nos lleva a practicar la justicia realizada por el propio Jesús. Él, al encontrarse en el Templo de Jerusalén ?centro del poder político, religioso e ideológico de su época?, enfrenta a los que detentaban ese poder: los sacerdotes y los ancianos del pueblo.
La situación de los dos hijos es de dulce y amarga. El hijo mayor es muy impulsivo, su “no” es rotundo, pero se retracta y dice que “sí y regresa”. Su “sí” representa a quienes aceptan el mensaje de Jesús y se comprometen a pesar de las limitaciones humanas. En cambio, el hijo menor alude aquellas “personas de bien” dispuestas a denunciar cualquier injusticia y a jugárselas por el Reino; pero muy pronto sucumben ante la comodidad, el egoísmo y el menor esfuerzo.
La voluntad de Dios nos lleva a ser más honestos en lo que decimos y hacemos. A veces, hemos respondido a Dios con “palabras” que no han sido satisfactorias, pero, aun con dudas, sellamos un compromiso que ni imaginamos realizar. Otros quedan al “debe”, como el hijo menor, donde su “sí” fue prometedor, pero no llegó a un acto de amor concreto.
La voluntad del Padre se expresa en la práctica de aquel que aun no teniendo seguridades, se compromete en el tipo de sociedad que quiere Jesús. Quizá no entienda cómo hacer lo que Dios le pida, pero de igual forma “cree”. Por eso Jesús recrimina a las autoridades judías, porque no se han sensibilizado con su mensaje. En cambio, “los cobradores de impuestos y prostitutas entrarán…” , porque escucharon su voz. Al sensibilizarnos, vivimos “ya” la justicia de Dios. Es penoso ver cómo ese sentido de justicia se encuentra más en discípulos anónimos que en personas que dicen “ser de Iglesia”.
“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.” Mt 21, 31.
P. Fredy Peña T., ssp