Jesús desenmascara a los falsos líderes religiosos de su tiempo, incapaces para comunicar “vida”. A causa de su manipulación, ambición y mentira han sometido a quienes debían orientar y custodiar. Por esta razón, Jesús utiliza la parábola del “buen pastor” y la aplica a sí mismo, proclamándose como el auténtico líder capaz de guiar a su pueblo y rebaño. Lamentablemente, no fue comprendido por los líderes y autoridades de su tiempo.
La parábola está sustentada en lo que el profeta Ezequiel denunciaba (Cf. Ez 34): los defectos de los líderes religiosos (pastores), que usufructuaban del pueblo, sirviéndose de él en vez de servirlo. En la Biblia, al pueblo de Israel se le compara con un rebaño, pues se sentían como la propiedad exclusiva de Dios. Es decir, Dios los custodiaba o cuidaba amorosamente de todos los peligros. El pueblo anhelaba líderes responsables y capaces, pero estos últimos los trataron de manera autoritaria y se sirvieron de él en beneficio propio. Dice san Pablo: “Hemos sido toda bondad en medio de ustedes” (1Tes 2, 7-8), el Apóstol señala cómo ejercer un liderazgo pastoral y amoroso.
Por eso Jesús se autodefine como la “puerta” que, en la mentalidad de la época, era necesaria para llegar al cielo (Cf. Apoc 4, 1), al conocimiento y a la revelación. Pero también era lugar de encuentro, reunión, protección, etcétera. Ahora, él es la puerta en cuya persona se encuentran los mejores bienes: la salvación, la paz, el alimento y la vida abundante. Así, Jesús se convierte en punto de referencia para todo lo que el ser humano es y necesita. Él no es un pastor aparente como lo eran los antiguos reyes o dirigentes de Israel, que se presentaban como garantes de la acción de Dios, pero todo era “apariencia”. Jesús pone en evidencia esa “falsedad” de los malos pastores y nos plantea un desafío: escuchar su voz y ser buenas ovejas para llegar a ser buenos “pastores”.
“Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
P. Fredy Peña T., ssp
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