El discurso de Jesús durante la Última Cena genera inquietud y desestabiliza a los discípulos, porque no entienden el anuncio de su Pasión y menos el de la Resurrección. Solo sienten que quedarán huérfanos. Con el correr de los días, los discípulos podrán mantenerse fieles al Señor y no sucumbir a su ausencia física. Ante el inminente Misterio Pascual desconcertante, él los anima y describe lo que vivirán, con imágenes sencillas y familiares, pues la fe en Jesús es motivo de esperanza.
Sin embargo, el Señor continuará con ellos, pero con una presencia no física sino espiritual. Por lo tanto, lo importante es la adhesión a su persona. Sin duda que la fe en Jesús es motivo de esperanza y se asemeja al amor de amistad o de dos enamorados. Cuando se tiene un problema y está el otro para acompañar, se dice: “no te preocupes, yo te ayudaré” . Quizá no estará la solución en el momento, pero ¡cuánta contención para el corazón al escuchar estas palabras! Mucha paz da quien siente el apoyo de aquel que ama, porque se nos presenta como una ayuda querida. Por eso, la despedida de Jesús es una ausencia, pero con una presencia saludable.
En medio de esa “presencia saludable” se encuentran unidos Cristo y el Padre, y la prueba de ello son las obras que realiza Jesús. El error de Felipe es pensar que hay algo más que Jesús, porque aún no percibe esta presencia amorosa del Padre. Cristo quiere revelarnos al Padre, pero hay que ser conscientes de que cuando Cristo habla, es el Padre que habla en él o lo mismo cuando salva. Ante las dificultades, hemos de confiar en Cristo como el niño que se deja caer en los brazos de su papá, porque sabe que este lo recibirá y acogerá. Por eso, vivamos, con la sencillez de los hijos de Dios, que saben reconocer que todo lo reciben de Aquél que los ama, siempre los cuida y nunca abandona.
“Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
P. Fredy Peña T., ssp