Con el Domingo de Ramos comenzamos la “Semana Santa”, la última de Cuaresma que nos prepara e introduce en la celebración de la Pascua. Además, conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con la solemne proclamación de su Pasión. Aclamar festivamente al Señor y salir a su encuentro, con los ramos, significa participar en el misterio de su Pasión y gloria, como auténticos creyentes y discípulos. Es decir, celebramos la realeza mesiánica de Cristo.
Aquella entrada triunfal de Jesús, más allá de ratificar su mesianismo, también da señales de que su reinado es sin séquito, palacios, ni guardias que lo custodien sino la de un rey pacífico. Él no es un rey corrupto o que oprime, porque su autoridad moral deriva de sus palabras y acciones. Además, él es el “dueño de su Pasión” y da las indicaciones precisas acerca del lugar y la forma de cómo se encontrará con su muerte. En efecto, Jesús sintetiza y consuma toda la revelación de Dios. Por eso, “entrará en Jerusalén como justo y victorioso, es humilde…” (Zac 9, 9-10). Sin duda, que su entrada triunfal es inusitada, ya que los peregrinos que iban a celebrar la fiesta de la Pascua lo hacían a pie. En cambio, Jesús realiza un verdadero acto sagrado, lo hace cabalgando un animal, que es signo de humildad y de paz. Él no necesita de las armas y del sometimiento para reinar, porque las suyas son las de la justicia, la misericordia y la caridad.
Por eso, Jesús transforma su Pasión en gracia; porque convierte la traición de Judas en una oportunidad para perdonar, el abandono de sus discípulos para confiarse solo en Dios, la negación de Pedro para asumir la debilidad humana, el sufrimiento para aceptar la precariedad de la condición del hombre y la muerte para reconocer nuestra finitud. Pero al mismo tiempo, para entender que esta no tiene la última palabra, porque solo la fuerza del amor de Jesús es capaz de llevarnos de la muerte a la vida y ser fieles testigos de su Pasión.
“Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu” (Mt 27, 50).
P. Fredy Peña T., ssp
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