P. Fredy Peña T., ssp
Jesús regresa a su tierra natal y constata que la fe de los nazarenos contrasta con la fe de Jairo o de la hemorroísa, como vimos el domingo pasado. Sus paisanos se asombran de su sabiduría, pero no lo aceptan por su origen familiar y pobre. No obstante, este rechazo no debiera sorprender, ya que la resistencia a la Palabra divina y a sus enviados, en la historia de la salvación, es fiel reflejo de la rebeldía y testarudez, no solo de un pueblo, sino de todos los que no tienen fe.
¿Por qué un profeta, como Jesús, no es acogido por sus coterráneos? Porque no pueden creer que el Mesías prometido se manifieste en lo humilde y cotidiano. Mientras sus paisanos buscan la respuesta en la filiación humana, ignoran que el origen de sus poderes se encuentra en Dios. Jesús muestra su dimensión profética y una espiritualidad que identifica a todos los que luchan por la justicia en favor de los pobres. En efecto, para
los fariseos y la clase sacerdotal, el hecho de que el Maestro fuera un “artesano” resulta poca cosa, lo que demuestra la dificultad que experimenta el judaísmo para dar validez a un mesianismo inmerso en la debilidad humana.
Sucede de la misma manera a quienes, por su falta de fe y prejuicios, no creen: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?”. Al igual que los nazarenos, nos cuesta creer en una persona que ha convivido mucho tiempo con nosotros –y más aún, conociendo su pasado– y ahora nos da lecciones de vida. Pasa en las mejores familias y organizaciones, ni la Iglesia está exenta de ello.
Por eso, en medio de las dificultades, incluso de nuestras propias debilidades, obra la fuerza y la gracia de Cristo (cf. 2Cor 12, 9). La fe es caminar, caer y levantarse tratando de ser fiel a Dios, a quien no vemos, pero sí con los ojos de la fe; pues si miramos las cosas solo con nuestros criterios, entonces Dios no cuenta y nuestros prejuicios habrán ganado y solo veremos lo que queremos ver.
“Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente” (Mc 6, 6).