En el evangelio de Mateo, la transfiguración del Señor nos dice que Jesús es el nuevo Moisés, él habla en nombre de Dios. A partir de ahora hay un trato personal con el hombre; Jesús, como buen siervo, entrega su vida cumpliendo toda justicia del Reino; y es el Profeta que será escuchado por muchos; pero incomprendido por otros. En él se cumplirá la voluntad del Padre, cuya consecuencia nos abrió la posibilidad de ser santos.
Seis días después del primer anuncio de su Pasión, por medio de la transfiguración, Jesús manifiesta la plena realización de lo que Dios había planeado en el momento de la creación: un estado de armonía y equilibrio de todo cuanto existe. Para el pueblo de la Biblia, la montaña es el lugar ideal para obrar este prodigio, era el sitio donde Dios se daba a conocer. El mundo de hoy está lleno de misterios y el que Jesús se transfigure, en una montaña, no es uno más. Sin embargo, el plan de Dios era que su Hijo Jesús pasará del sufrimiento al gozo, de la humillación a la gloria y de la muerte a la vida.
De esta manera, el rostro de Jesús brilló como el sol. Sus testigos fueron Pedro, Santiago y Juan, que casi sin entender, se preparaban para el momento del dolor y del Calvario. Fue un gran estímulo que robusteció su fe; sobre todo para cuando Jesús no estuviera físicamente con ellos. Por eso, recordarán el episodio de la montaña y soportarán su muerte hasta llegar a ese gran día de esplendor: la resurrección del Señor. En ellos, están representados todos quienes esperan, con paciencia, el día de la justicia, del gozo, de la paz del corazón, donde solo baste Dios y nada más.
Seguro que son muchos los que desean, al igual como los Apóstoles, quedarse con Jesús para hacer una choza y no moverse de allí. No obstante, los hijos de Dios peregrinan y miran la vida con los ojos de la fe. Para estos es posible contemplar los misterios de Dios y no por ello hacer una “choza” para quedarse sumidos en los caprichos del corazón y del egoísmo.
El misterio de la transfiguración es como un anticipo de esa gloria futura que rodea a Jesús. Dichosos los que aún sin ver ni oír o sin experimentar esa “gloria”, continúan contemplando, con amor e ilusión, el Misterio Pascual pues, la transfiguración del Señor es una gran señal de esperanza para quienes continúan transfigurando sus vidas al modo de Jesús, aunque, a veces, la luz de la fe parece apagarse por la desazón y el cansancio.
“Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo” Mt 17, 5.
P. Fredy Peña T., ssp