Jesús comienza su actividad misionera en Galilea, región distante del centro político y religioso de Jerusalén. Allí conviven judíos y paganos. Ambos conforman el símbolo de una comunidad donde la luz del Evangelio alumbra a todos, incluso a los paganos. Sin embargo, el Señor anuncia que el Reino de los cielos está cerca y llama a la conversión justamente en una región de la que nada se espera.
Aquel anuncio del “Reino de los cielos” es una expresión que tiene su raíz en el Antiguo Testamento y alude a la figura del rey, quien era el ungido y representante de Dios ante el pueblo. Pero el sistema monárquico en Israel fracasó, porque no supo velar por la integridad y dignidad de los más débiles. Por eso Jesús retoma la expresión y confirma que el Reino de Dios ya ha llegado, pero es un Reino que no lo hace el hombre, sino que debe recibirlo, es decir, el hombre ha de entrar en él. En efecto, el Reino de Dios no es únicamente una nueva situación social. Es, antes que todo, una aceptación del señorío de Dios: permitir verdaderamente que Dios reine en las personas y en las estructuras.
Así, el reinado de Jesús trae la gracia de Dios que hace posible la conversión, el cambio de vida y también de mentalidad. Por eso llama a todo aquel que percibe que ese Reino está cerca. El Señor no promete éxito, fama, riqueza ni altos cargos, simplemente pide fidelidad a su persona. Para Jesús, enseñar es sanar y sanar es enseñar. Él es misericordioso, saludable, sanador y salvador de nuestras vidas. Quizás lo más sorprendente de Jesús no es que haya podido sanar a muchas personas, sino que en pleno siglo XXI aún creamos que es así. Porque por la fe afirmamos sin temor que él vive y que su presencia está donde vayamos. ¡Eso es lo verdaderamente fascinante de la fe! Y por eso nos invita a caminar juntos, porque sin duda que contamos con él para construir su Reino.
“Jesús comenzó a proclamar: ‘Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca’” (Mt 4, 17).
P. Fredy Peña T., ssp