Las personas que se reunían para escuchar a Jesús se sentían confortadas e incentivadas con su palabra y sensibilidad amorosa. En este caso, su mensaje, en el lago de Genesaret representa el modo cómo él iba creando un mundo nuevo y, por medio de sus milagros y acciones, confirmaba quién realmente era: el Hijo de Dios.
Ante la falta de esperanza, Jesús se presenta como aquel que tiene las palabras de vida para animar a un pueblo que hasta ahora se limita a limpiar las redes, porque no ha pescado nada. ¿Cuál es la novedad que trae Jesús? Al subir a la barca de Simón, Jesús asume la condición de los pescadores frustrados y de un pueblo que tiene hambre y sed de justicia. Pero por medio de su palabra –que hace todo nuevo?, trae la “novedad” e invita a Pedro a confiar en él: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Ese encuentro de Jesús con los discípulos les cambió la vida y les dio un nuevo sentido: “ser servidores de la palabra y difundirla”.
Esta pesca milagrosa de Jesús nos pone en una disyuntiva, puesto que si no nos involucramos con él, entonces nuestras redes saldrán siempre vacías. Es decir, si abandonamos la intimidad con él o se descuida la vida sacramental, nuestro esfuerzo estará sobre una barca rota. Quizá podrán haber resultados, reconocimientos, aplausos de este mundo, pero a los ojos de Dios seremos como redes vacías. En este sentido, el cristiano ha de reconocer su condición y fragilidad delante de Dios. El hombre no es todopoderoso ni está por encima del resto; por tanto, su eficacia para ser un buen cristiano no solo depende de sus capacidades, sino de cuánto esté unido e identificado con Dios, que todo lo puede. Esta adhesión con el Señor nos lleva al desafío de seguirlo e imitarlo siempre.
“No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5, 10)
P. Fredy Peña T., ssp