María Magdalena es señalada, según el evangelio, como la primera testigo de la Resurrección del Señor. No obstante, al ver el sepulcro vacío, piensa que se habían robado el Cuerpo del Señor y corre para notificar a los discípulos sobre lo ocurrido. Al comprobar aquella noticia, lo único que había allí para ver era la sábana y el sudario usado para el cadáver. Es sabido que, cuando moría alguien, los judíos no solían envolverlo con vendas, a excepción de Lázaro (Jn 11, 44), probablemente para atarle los pies y manos a fin de facilitar el traslado de su cuerpo. En el caso de Jesús, no utilizaron vendas, sino una sábana o un lienzo: un gran pedazo de paño para recubrir todo el cuerpo.
Pero ¿qué vieron realmente? El relato dice que la sábana estaba extendida o allanada. Es decir, aquella sábana que había estado ocupada por el Cuerpo de Jesús, ahora se encontraba aplastada y desinflada. Es como si la sábana se hubiera desplomado por su propio peso en el mismo lugar donde había estado el cadáver. Por tanto, la sábana no se encontraba tirada en el suelo. Y lo mismo aconteció, con el sudario, estaba enrollado en su propio lugar, ocupando el espacio donde estaba la cabeza de Jesús.
Sin duda que estos detalles acerca de qué vieron los discípulos y la “forma” de cómo encontraron las mortajas que cubrían el Cuerpo de Jesús no constituyen una prueba decidora para una sociedad incrédula como la nuestra. Pero para los que aún tienen fe son un indicio y un motivo más para apostar por el amor y la conversión de vida. Porque para el que cree, la resurrección es vocación de gracia, de santidad y de Vida eterna. ¡No teman! Es el saludo pascual del Resucitado que viene a liberarnos del pecado, del individualismo, de la desesperanza y de la intrascendencia. Su Resurrección es el acontecimiento que iluminó la mente y el corazón de los discípulos y confirmó la victoria del amor sobre la muerte.
“Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos”, (Jn 20, 9).
P. Fredy Peña T., ssp
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