Hoy contemplamos el misterio central de nuestra fe y el más importante, porque es el más cercano a Dios mismo. Muchos son los que con fe o sin ella invocan a la Santísima Trinidad; por ejemplo, cuando se bendice a alguien, a una familia o a un niño: se encomiendan a Dios, pero ignoran que el solo hecho de ser bendecido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es ya un vínculo con la Trinidad Santa. Al invocarla, decimos que no creemos en un Dios solitario sino en un Dios que es relación entre personas divinas y comunión de amor. Es cierto que el misterio de la Trinidad es difícil de comprender, pero quizás esté faltando algo, porque “solo lo entiende y halla aquél que vive la caridad”.
La Santísima Trinidad es la mejor comunidad de amor, porque en ella reina un clima de unión, comunión y participación. Este “misterio”, al ser revelado por Jesucristo, es como una confidencia de Dios al hombre, donde este descubre el sentido recíproco y generoso de la caridad. El amor de Dios a los hombres es tan grande, puro y libre, que solo busca comunicarse y donarse. Por eso, quien se siente amado como hijo de Dios actúa, vive y celebra su fe donándose en comunión con otros.
La Trinidad Santísima es comunión de personas, pues en ella no existe la discriminación, a diferencia de como se ve y se vive en la sociedad de hoy. Las tres se comunican, se necesitan y trabajan para un mismo fin: “la salvación del hombre”. El Dios trinitario quiere que todos se salven a fuerza del amor y no del odio, de la libertad y no del deber, del compromiso y no por el mero cumplimiento. Jesús, que es uno con el Padre, comparte lo que es suyo con el Espíritu, y a su vez el Espíritu Santo comunica a la comunidad cristiana lo que oye y recibe de esta gran Comunidad de amor.
“Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad” (Jn 16, 13).
P. Fredy Peña T., ssp