El episodio de la visita de María a Isabel pertenece a los relatos del nacimiento e infancia de Jesús. Más allá de mostrar cómo sucedió aquel encuentro, lo que interesa es descubrir quién es este Jesús, cómo viene al mundo, y cuál es su identidad y misión. También valorar la sublime dignidad que envuelve a María por ser la madre del Señor.
María aparece como modelo de creyente, portadora de buenas noticias, y simboliza a la joven Iglesia de la Nueva Alianza. La anciana Isabel representa el Antiguo Testamento y dará a luz a Juan Bautista, el último de los profetas. En la escena encontramos a dos mujeres que van a ser madres y han sido favorecidas con el don de la fecundidad.
María concibe a Jesús sin conocer varón e Isabel es una mujer estéril. Para el mundo de la ciencia y para los que todo lo miden desde la razón, esto es algo inconcebible. Sin embargo, el acontecimiento muestra que Dios se revela en los sencillos de corazón y hace allí su morada.
En la visita, las madres anticipan la misión y la relación que tendrán Juan Bautista y Jesús. Los saltos de alegría del pequeño Juan sugieren un reconocimiento prenatal por la condición mesiánica de Jesús y la subordinación que se le debe tener. La misma que ha de profesar cada creyente a la hora de esperar y confiar en el buen Dios. Sobre todo cuando las cosas van mal y cualquier tipo de tristeza, fracaso o pérdida termina por sepultar la más exigua esperanza. Entonces, ¿qué hacer cuando no se encuentran las respuestas?
María también experimentó la duda y la falta de respuestas. No entendió cómo se iba gestar el don más preciado para toda mujer como el ser madre, y más aún, del hijo de Dios. Pero ella creyó y se abandonó en Dios. No nos dejemos abatir, la Navidad para el que todavía tiene fe es motivo suficiente para creer y abandonarnos más en Dios.
“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1, 45).
P. Fredy Peña T., ssp