El testimonio de los profetas y de los primeros cristianos evidenciaba que era imposible ser discípulo de Cristo si no se pagaba un alto costo de persecución o martirio. La persecución correspondía a una lógica del anuncio evangélico y le ocurrió a Jesús. Hoy le sucede lo mismo a toda persona que quiere ser fiel a Dios. La expresión “no tengan miedo” refuerza la idea de que anunciar el evangelio es para valientes. La palabra temer, en este caso, significa obedecer.
Este miedo había llevado a algunos de la comunidad a una forma alternativa de testimonio, se buscaba “acomodar” el mensaje de Jesús para llevarlo a una cuestión más intimista o de sacristía. Pero Jesús dice lo contrario, “lo que está encubierto será descubierto”, es decir, su mensaje ha de proclamarse hasta las últimas consecuencias, sin faltar a la verdad, “caiga quien caiga”. La lucha por la justicia, muchas veces, choca contra los intereses mezquinos de algunos y se corre el riesgo de recibir amenazas de diferentes sectores sociales. Por ejemplo: Quienes creen que la mujer tiene la potestad para decidir si abortar o no, nos coloca como enemigos de los derechos de la mujer, sobre todo al insistir que este no ha de practicarse, porque atenta contra la vida e incluso de la misma mujer.
También la aversión al extranjero y la avaricia descargan rabia contra los derechos de los inmigrantes que la Iglesia defiende. Habrán muchos poderosos que se consideren dueños de las vidas humanas, pero el único verdadero dueño es Dios, incluso de la vida aparentemente insignificante de los pájaros. Jesús nos revela a un Dios que conoce a cada uno de sus hijos y que tiene contados cada uno de sus cabellos. No nos dice que nada malo nos sucederá, pero nada de lo que nos llegue a pasar dejará de estar en sus manos.
Por tanto, si ni siquiera escapan a él estas pequeñas cosas, ¿cómo no se va a preocupar por sus hijos con solicitud de padre? Por eso, no debemos temer, porque tenemos a un Dios que bajo su mirada benévola y providente siempre cuida de sus hijos.
“No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, Mt 10, 28.
P. Fredy Peña, ssp.