El evangelio de hoy nos hace esta pregunta: ¿se puede ser discípulo de Cristo sin pasar por la persecución y el sufrimiento? Para los primeros cristianos, la persecución estaba en la lógica del anuncio evangélico. Así sucedió con el propio Jesús y así también ocurre con quienes son fieles al llamado del Señor. No es casualidad que la comunidad cristiana pasara por situaciones donde se probara su fidelidad a Dios. Hoy esas situaciones quizás tengan otro cariz, es decir, una enfermedad, un fracaso, una desgracia o un conflicto interno que hacen que se pierda la confianza y esperanza en Jesús. Ser consecuentes con lo que dice el evangelio, genera temor y rechazo.
La expresión “no tengan miedo”, más que apuntar al sentido de temor, se refiere a obedecer. En efecto, es el miedo a las consecuencias que suscita la práctica de Jesús: hostilidades, persecuciones e incluso la muerte. Ese miedo había llevado a algunos de la comunidad a buscar una forma de testimonio donde el riesgo de exposición y el grado de compromiso fuera el mínimo. Esto generó un seguimiento de Jesús más intimista o de sacristía. Pero Jesús responde: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada…”.
La afirmación de Jesús abarca dos aspectos: el primero, la coherencia de la comunidad con relación al proyecto de Dios, es decir, los que están a favor o en contra de la persona de Jesús. Segundo, ¿a quién obedecer? El martirio no es algo accidental, sino que pertenece a la lógica del anuncio liberador; por tanto, al único que debemos “temer”, es decir, obedecer, es a Dios. La causa de la Buena Noticia no es una causa perdida, aunque a veces lo parezca; no es un proyecto humano, sino de Dios, quien nos da la fortaleza y confianza a los que se comprometen de corazón y a conciencia con ella.
“No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena” (Mt 10, 28).
Fredy Peña T.