A menudo se piensa que el misterio de la Navidad es para todos y sabemos que a muchos no les interesa o, simplemente, no creen. Sin embargo, en la tradición de hacer “regalos”, varios son los que se suman al hecho y no solo entusiasmando a niños sino también a los adultos. La Epifanía o “manifestación” de la presencia de Dios entre los hombres dirige su mirada sobre aquellos que hasta hoy participan, directa o indirectamente, de este gran misterio de la llegada del Niño Dios.
En la escena del nacimiento de Jesús se encontraban los Magos, que lo buscaban con tesón y querían adorarlo; los escribas, que conocían el lugar de su nacimiento, pero no les importaba; Herodes, que veía amenazado su poder y quería matarlo. Este Niño, como cualquier otro, obviamente, no sabe cómo será su futuro ni qué le deparará su vida con María y José. Pero su itinerario público no estará libre del reconocimiento gozoso, de la indiferencia exenta de interés o de la persecución constante.
La Epifanía del Señor es una invitación para acompañar al Niño Dios como buenos “adoradores” y descubrir que la salvación no puede venir de la acción violenta de quien ostenta el poder ni de la prepotencia y petulancia del propio Herodes. Esta vez, la salvación viene a través del pequeño de la periferia de Jerusalén. Fue esta la intuición que tuvieron los magos y por eso adoraron a ese rey que provenía no de una familia influyente o rica, sino desde un origen sencillo y humilde.
Participar de esta fiesta, con la alegría y la esperanza de un niño, no solo puede ser una gran idea sino también un buen regalo para Jesús. No temamos acercarnos al Niño Dios, él es nuestro Salvador y quiere bendecir a todos. No hay razón válida para alejarnos, ya que a él le basta que lo adoremos con la contemplación y la inocencia de un niño.
“y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje” Mt 2, 11.
P. Fredy Peña T., ssp