Pedro llega a ser muy incisivo con su pregunta aritmética sobre cuántas veces ha de perdonar al prójimo. Jesús le responde siendo más generoso y señala que el acto de perdonar ha de ser siempre. El Señor es consciente y conoce la idea que el judaísmo rabínico tenía acerca del perdón fraterno, pero era imperfecto por ser un sistema legalista. Se decía que hasta tres veces porque Dios, según las Escrituras, perdona hasta tres veces y a la cuarta castiga (cf. Am 1, 3. 6. 9-11). Además, la venganza era una ley sagrada en todo el Oriente Antiguo y el perdón, humillante. No obstante, Jesús propone una alternativa distinta, porque frente a una venganza sin límites ofrece un perdón indefinido.
La parábola refleja cómo es la misericordia de Dios, pues este servidor debía diez mil talentos al rey. El talento era un peso de oro, plata o cobre cuyo valor variaba según el lugar. En contraposición, un compañero le debe a este servidor cien denarios, una suma menor a la que él adeudaba; pero por más que le suplicó, este compañero no encontró misericordia. Sin duda que la deuda de diez mil monedas de oro resulta impagable y simboliza la situación de toda persona a quien Dios perdona no por sus méritos sino por pura gracia. A su vez, la actitud del siervo despiadado retrata la mezquindad del corazón humano. Cuántas situaciones o deudas tenemos a nuestro haber, unos a otros nos debemos más que «cien monedas»; sin duda que es una ridiculez en comparación con lo que Dios nos perdona cada vez que lo ofendemos. Pero un cristiano que ha experimentado la misericordia de Dios no puede calcular los límites del perdón y la caridad hacia su prójimo.
El perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen una actitud madura, de cambio y de compromiso para reparar el mal y evitar el daño. Porque el que pide perdón con actitud humilde siempre crece y muestra la grandeza de espíritu. Algunos piensan que perdonar es algo «humillante», pero solo los que se sienten amados por Dios tienen necesidad de pedir perdón y de ser misericordiosos con el hermano.
«El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda» (Mt 18, 27).
P. Fredy Peña T., ssp
Complementa tu reflexión personal al Evangelio del domingo con estos aportes de SAN PABLO: