El evangelio de hoy es la continuación del episodio donde Jesús, en la sinagoga de Nazaret, fue invitado a leer una cita de Isaías (61, 1-2) y a ratificar en su persona la Palabra de Dios: “Hoy se cumple esta Escritura que acabas de oír”. Sin embargo, aquella afirmación le valió el repudio de sus oyentes para terminar escuchando que “ningún profeta es bien recibido en su tierra”. Lamentablemente, la propuesta de Jesús es mal interpretada y no acogida. Es decir, aquel proyecto de liberación a los pobres y oprimidos no es aceptado por los nazarenos, porque esperan un mesías que les resuelva sus problemas.
Los habitantes de Nazaret creen conocer a Jesús, lo han visto crecer, saben identificar a su familia y a sus amigos, pero, en realidad, no comprenden la profundidad de su ministerio. Se trata de un conocimiento superficial, que no lleva a una verdadera adhesión a la propuesta de Jesús. Actualmente, son muchos los que saben de Jesús en el plano teórico, bíblico o teológico, pero lo desconocen en la praxis cristiana. Es una situación que puede parecer un poco atípica, pero tratamos todos los días con Jesús, somos capaces de hablar sobre él, pero ¿su propuesta tiene alguna consecuencia en nuestra existencia?
Los paisanos de Jesús, al reconocer su origen, ponen en duda su identidad y mesianismo. Su envida y celos los lleva a pedir un milagro. Pero Jesús no accede y se retira. Es común que cada vez que se acoge a alguien, pues se habla bien el primer día y después comienzan las habladurías. Para que haya paz en una comunidad o en una familia, tenemos que aprender a convivir en el amor de Dios. Quien en una comunidad habla mal contra un hermano acaba por querer asesinarlo. Por tanto, donde está el Señor no tienen cabida la envidia ni los celos, ha de existir la fraternidad.
“Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca”, (Lc 4, 22).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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