Fredy Peña T., ssp
Jesús es el Buen Pastor que, tal como dice el texto, da la vida por sus ovejas. El evangelista, en medio de un contexto festivo, fiesta de las Luces o de la Dedicación, nos presenta la confrontación de Jesús con sus paisanos. Curiosamente, quienes lo rechazan no pertenecen a su rebaño; en cambio, quienes lo reciben son sus ovejas. Estos últimos siempre se identificaron con la figura del pastor, ya que era la forma de expresar cuán amorosamente protegidos por parte de Dios se sentían.
Sin embargo, ¿qué puede experimentar todo aquel que se siente ligado con el Buen Pastor? Primero, que él les da Vida eterna, es decir, aquella vida que permanece en esperanza, amor y gratitud; segundo, no perecerán para siempre, porque la promesa de Jesús acerca de la Vida eterna está ratificada por su resurrección. Por eso, Jesús no es un pastor falso o aparente, como eran los antiguos dirigentes o reyes en Israel, que se presentaban como garantes de la ley de Dios, pero no la cumplían. Tampoco es un mercenario que siempre está midiendo ¡cuánto! va a perder en la próxima fechoría, sobre todo cuando las ovejas pasan a ser una mercancía para beneficio propio. Él es el pastor modelo que ayuda a salir a las personas de sus miedos y de la explotación de los yugos de poder.
Para los adversarios de Jesús les era imposible concebir el modo de relacionarse con Dios llamándolo “Padre” ni menos que sus obras lo muestren unido a él. Lástima que se quedaran en doctrinas o fórmulas y no en lo que verdaderamente es importante, es decir, si las obras de Jesús no dicen quién es, entonces, qué debe ocurrir para confirmar que él es el “Hijo de Dios”. El amor de Jesús, como Buen Pastor, cuestiona nuestra fe y por eso llama una por una a sus ovejas. Porque solo las buenas y fieles ovejas serán el día de mañana los buenos y santos pastores, como los de hoy.
“Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos” (Jn 10, 28).