Las ciudades paganas de Tiro y Sidón son el escenario donde, curiosamente, Jesús realizará varios milagros. Esta vez es una persona incapaz de oír, de testimoniar o de dar su consentimiento, pues solo de una manera muy limitada puede participar en el intercambio o interacción con los demás. Jesús cura al sordomudo colocándole los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. La saliva en la cultura semítica tenía un carácter terapéutico. Con este gesto, el Señor reintegra en su dignidad e identidad a alguien que estaba privado de la vida social y familiar. Lo libera del aislamiento y lo lleva a la comunión con los hombres.
Jesús es el que abre los oídos y la boca para que puedan testimoniarlo. El aprendizaje de sus enseñanzas son la escucha, la asimilación y, luego, el anuncio. Como creyentes, hay que comprender que el Señor no es un mago, solamente su Palabra libera y da vida. Él no quiere que haya mutilados y oprimidos por la sociedad; por lo tanto, ¿cómo despertar a los nuevos sordomudos de nuestra sociedad? El Evangelio es una noticia que debe alertar a los que dicen ser cristianos para que sean la voz de los que no tienen voz, estar abiertos –si tenemos tiempo, paciencia y comprensión? con el que nos quiere decir algo. ¡Con cuánta frecuencia decimos: no tenemos tiempo o escuchamos a alguien sin ponerle atención!
Es cierto que Jesús, incluso curando al sordomudo y haber realizado otros prodigios, no erradicó todo el sufrimiento de este mundo. Pero lo que sí ha demostrado, con sus milagros es que, de una forma u otra, quiere para los hombres la salud, la posibilidad de comunión y una vida plena. Él es una nueva esperanza, que, con su poder, ha hecho posible vencer toda limitación, obstáculo, y siempre busca abrir los oídos del corazón y sensibilizar la voz de nuestra conciencia.
“…Se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente” (Mc 7, 35).
P. Fredy Peña T., ssp