El evangelio nos propone los requisitos básicos para la misión, los cuales estaban contenidos en la predicación de Juan Bautista, quien fue cuestionado por su predicación profética que invitaba a realizar un cambio de vida. Su respuesta al “qué debemos hacer” es radical, porque no se trata de qué se tiene que pensar, sentir o decir, sino qué debo hacer. Sin duda que es una inquietud válida no solo en el contexto del Bautista sino también para la sociedad de hoy.
Como respuesta a la pregunta de Juan, este nos señala que, por más oraciones, sacrificios, votos, promesas o actos de piedad ─propios del judaísmo─ que se hagan, no serán prenda de garantía para un mejor vínculo con Dios. Porque antes de privilegiar aquellas prácticas debe primar una recta intención hacia la “conversión de vida”. Esta conversión se concreta en la fidelidad a Dios, en la relación fraterna con el prójimo o en vivir una ética de acuerdo con los valores del Reino. Pero para llevar a cabo este itinerario del Bautista ha de existir un “desprendimiento y generosidad de espíritu”, ya que la ambición y el deseo de riquezas enceguecen al hombre y hacen que no vea lo que exige el respeto a Dios y el amor al prójimo.
Por eso la recriminación a los cobradores de impuestos: “No exijan más de lo debido”; y a la fuerza militar que acompañaba a los cobradores: “No tomen a la fuerza el dinero de nadie…”, son un signo más de los abusos de poder. Sin duda que estos esclavizan, duermen y terminan por minar cualquier crecimiento humano y de la propia fe. El programa de vida de Juan es toda una preparación para la llegada del Mesías y no basta con una mera motivación o una predicación de palabras bonitas. Dios apela a la apertura del corazón, si queremos o no dejarnos transformar por la acción de su gracia.
“Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo” (Lc 3, 14).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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