A veces constatamos que hay personas que con muy poco han hecho de su vida una virtud; en cambio otros, teniendo mucho, han perdido el gozo y la alegría de vivir. Jesús, a través de la conducta de quienes hicieron fructificar sus dones, nos hace ver de qué manera tomamos una actitud de vida más arriesgada y positiva; y por aquel que no hizo nada, nos advierte de qué forma uno se puede arruinar la vida por la soberbia y el egoísmo.
El patrón de la parábola es el propio Dios, él confió sus bienes a cada uno según su capacidad. ¿Qué nos confió?: la propagación de su Reino. Él nos muestra cómo deben comportarse los que se sienten responsables del Reino de justicia.
El mundo de hoy está acostumbrado a evaluar a las personas según la posición que ocupan en la sociedad, en la Iglesia o por “algo” que poseen para obtener algún beneficio. En cambio, Jesús llama “siervo bueno y fiel” a todos los que lo imitan de corazón; y “siervo malvado” a todo aquel que reconociéndose en dependencia, con su patrón, no se le somete confiada y diligentemente.
Al siervo malvado lo abrumó el miedo al riesgo y la búsqueda de la seguridad. Es más fácil y cómodo quedarte sin hacer nada que arriesgarte a ser criticado y rechazado por una causa o persona. Jesús nos anima a ser buenos servidores y, en ese sentido, el siervo malvado pudo haber dicho a Jesús: ¿Por qué no fructificó otro mis dones? La respuesta parece evidente, pero en esto se refleja la “grandeza” y la “fragilidad” de Dios. La grandeza, porque él nos confía sus bienes; y la fragilidad, porque aun sabiendo cómo somos, Dios continúa fiándose de nosotros aunque la más de las veces corre el riesgo de perder.
“…A quien tiene, se le dará más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”. Mt 25, 29.
P. Fredy Peña T., ssp