En el proyecto del Reino de Dios todos están llamados a participar y por esta razón elige a setenta y dos discípulos para que anuncien la Buena Noticia. El número setenta y dos es simbólico y es posible que aluda a los setenta ancianos de Israel o a las tribus de las naciones de Génesis 10, o bien “todo el mundo”. Hay en la perspectiva del evangelista un llamado a la universalidad de la vocación y la urgencia del mensaje cristiano, pero con discípulos que no se proclamen a sí mismos sino únicamente al Señor y su Reino.
No obstante, los discípulos de Jesús han de adquirir ciertos hábitos, como el de ser personas que rezan porque perciben la urgencia y la premura; la mies es mucha, pero los trabajadores… Es decir, la oración es el medio para pedir por la misión, pero también para reconocer que es gracia de Dios, porque él es el dueño de la mies. Además, los discípulos predican no solamente en un terreno fértil sino también hostil. En medio de una sociedad conflictiva, la persecución será una constante, tal como el propio Jesús la vivió. No solamente una persecución externa sino también interna, pues serán muchas las ocasiones en que los propios problemas personales agotarán el deseo de anunciar la Buena Nueva. Esta Buena Nueva se identifica con la simplicidad y la pobreza de vida… No lleven bolsa ni alforja…Vivir la austeridad en el “poseer” es condición esencial para merecer el Reino que se anuncia. Solo puede aspirar al Reino quien se despoja libremente del “tener”.
El objetivo del “anuncio” no es solamente la victoria sobre el mal, sino que nuestros nombres queden inscritos en el regazo de Dios. Por eso hemos de despojarnos de toda presunción, ya que no atribuirnos “éxito” o “poder” en la lucha contra el mal permite comprender que el Reino de Dios es gracia que solo viene de él y no de otra cosa.
“¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos” (Lc 10, 3).
P. Fredy Peña T., ssp