El evangelio pone al descubierto lo que implica el seguimiento radical a Jesús. Quienes escucharon las enseñanzas del Maestro creían que bastaba con pertenecer al grupo de Jesús e identificarse con su proyecto, sin que eso significara una renuncia y el compromiso concreto de cambiar de vida. Sin embargo, el Señor establece ciertos requisitos para seguirlo, es decir, ni las relaciones familiares, ni las ambiciones o bienes personales han de convertirse en un obstáculo para entrar en el Reino de Dios.
Para Jesús, el discípulo no es aquel que ha dejado algo, sino aquel que ha dejado todo porque se ha encontrado con alguien. En efecto, lo importante es la persona de Jesús: quien sostiene y cimenta toda opción de seguimiento. Sin duda que la lógica de Jesús para conseguir adeptos no tiene nada que ver con los nuevos métodos de marketing, que se valen de técnicas para cautivar seguidores, compradores o prosélitos. Su radicalidad pasa por la disponibilidad para abandonar todas las seguridades, sobre todo las que se vinculan con los lazos familiares. En aquella época no existía seguridad social, ni hospitales o seguros de jubilación; por tanto, la familia lo era todo, porque se hacía cargo de los suyos y era un punto de referencia social.
Jesús no pretende que erradiquemos nuestros afectos, pero sí que los purifiquemos, porque limitan e impiden acoger su amor. Pasa también con el materialismo y el poseer, que invaden el corazón de muchos y se constituye en un don absoluto. Por eso, para ser un buen discípulo, hay que evitar las ilusiones fáciles creyendo que basta la buena voluntad para ser cristiano y ser creativo, hasta el punto de enfrentar los riesgos que dicho compromiso supone: “El ser cristiano conlleva decisiones y riesgos que determinan toda la vida de quien se decide por Cristo”.
“Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
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