“Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc 6, 4).
Jesús comienza su itinerario de misión donde los discípulos van aprendiendo quién es él y sus instrucciones son precisas: lleven lo indispensable, una túnica y sandalias; estos han de percibir que no tienen nada y que el mensaje es lo único que importa. Quizás sea la misma sobriedad que nos falta hoy como cristianos en el anuncio: estar dispuestos para el rechazo y las dificultades; ser sobrios en el anuncio sin ostentar exitismos; es decir, estar preparados para el fracaso y sobre todo cuando no se vean los frutos.
Cuando Jesús llama a sus discípulos les da el poder para sanar y expulsar demonios. Por tanto, estamos llamados a comunicar, tanto con palabras como con obras, la realidad y el valor del mensaje de Jesús. No obstante, este mensaje no siempre será acogido, pues, como en todo orden de cosas, siempre encuentra resistencias: la falta de fe, soberbia, indiferencia, egocentrismo o, como dicen por ahí…, todo da lo mismo.
Asimismo, la orden de Jesús de sacudirse los pies era un gesto que rememoraba la antigua costumbre de los israelitas. Estos, al regresar de alguna tierra pagana, se limpiaban el polvo que traían y así rompían o se liberaban de ese sistema de vida. A veces, en la tarea de anunciar el Evangelio, pretendemos que la semilla cale hondo en las personas, pero nos olvidamos de que no depende de nosotros, sino de cuán disponible esté el corazón para acoger a Dios: hay que hacer las cosas como si todo dependiera de nosotros y orar como si todo dependiera de Dios (S. Agustín).
Conscientes de una sociedad cada vez más incrédula del mensaje de Jesús, como dis- cípulos tenemos una gran misión donde no podemos presentarnos como funcionarios de la Palabra de Dios, sino como personas comprometidas, apóstoles y enviados de Dios. No vamos a nombre propio, sino a nombre del Señor.
“Llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (Mc 6, 7).
P. Freddy Peña T., ssp