La Iglesia celebra, en la Octava de Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia. Dios hecho hombre vive su humanidad bajo el alero de su familia compuesta por él, María y José. La familia de Nazaret es propuesta como modelo de familia cristiana donde se vive no sin mayor dificultad la santidad, ya que la vida de los padres de Jesús está marcada por el cuidado del Niño y en ser dóciles a la voluntad divina, a pesar de los embates de su tiempo y contexto.
La centralidad de este relato se da por el doble diálogo entre Jesús y los ancianos del Templo y también con sus padres. Según el tenor de los diálogos, en ellos se quiere afirmar dos cosas: primero, la paternidad divina de Jesús; y, segundo, la declaración de parte de Jesús del destino que dará a su vida, los asuntos de su Padre o su reinado. Es cierto que nadie entiende nada ni menos cómo un niño es capaz de hablar, enseñar y orientar a maestros de la Palabra y, más aún, tan consciente de su “deber” y “responsabilidad”. Por lo pronto, María sabe guardar en su corazón lo que su fe no logra abarcar ni comprender.
Pero qué tiene de particular la familia de Nazaret, pues en ella no se concibe la cuota de egoísmo, característico en toda familia, porque tanto María como José y Jesús viven cabalmente el amor, la piedad, la generosidad, la sencillez y la pureza de vida. Es decir, se hace la voluntad de Dios. Todo está configurado para que esta familia sea una escuela de virtudes humanas.
Sin embargo, no todas las familias respiran este mismo aire que tenía la familia de Nazaret. Por desgracia, el mundo en el que vivimos padece una grave crisis familiar ¡Cuántos hogares rotos y familias destruidas! ¡Cuántos niños que no conocen lo que es el amor y la ternura de unos padres buenos! Es cierto que hoy no es un día para pensar en cosas tristes o es más hermoso meditar en la belleza de la Sagrada Familia; pero, como cristianos, estamos llamados a amar y a vivir una vida santa. Por eso, comencemos por las cosas pequeñas, por hacer aquello que sí está a nuestro alcance, siendo generosos y dando vida. Ejercitar las virtudes humanas de la familia de Nazaret nos hace más dignos a los ojos de Dios.
“¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49).