Según la Escritura, el rey es el pastor de su pueblo y se preocupa que las condiciones de vida de este sean lo más dignas posible. Ante la incomprensión del mesianismo de Jesús, el relato muestra qué tipo de rey es él. Solo el creyente que no se queda en una fe pueril puede experimentar al Cristo resucitado, porque entiende que las palabras y las acciones de Jesús manifiestan su legítima realeza. A quienes no se adhieren a esta verdad les pasa como al pueblo de Israel, dejan de ser el “Israel de Dios” para convertirse en un pueblo como cualquier otro. Nos olvidamos que son las acciones de amor y misericordia de Jesús las que nos revelan que él viene de Dios Padre. Por eso Jesús rechaza toda realeza que se sustente en la manipulación, el poder y la soberbia, estas no son de su Reino.
Los que son de este mundo utilizan secuaces, armas, evasivas y la ley del “caiga quien caiga” para defenderse y consolidarse en el poder. En cambio, la realeza de Jesús está basada en la justicia y el respeto a las personas. Su justicia no tiene nada que ver con la de los poderosos, que hacen de todo para mantenerse en el poder. La justicia de Jesús muestra que pasando por la cruz y la muerte actúa su realeza: Él es rey porque su Reino no es de aquí ni de allá, no responde a los criterios del mundo. Él viene del Padre y del Espíritu que comunica la vida para todos.
Pilato no pudo comprender el significado de la respuesta de Jesús acerca de la verdad. No tenía ningún interés por saber algo más de Jesús. Le bastó haber esclarecido quién posee el “poder” en la tierra y, como juez engreído, aceptó que Jesús le cuestionara el cómo administra su poder y cuál era su deber. Pero cerró su corazón a Dios y no quiso ver sus obras. Y los que aún creemos en Dios, ¿también nos vamos a cerrar a las obras de Dios?
“Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido… para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).
P. Fredy Peña T., ssp