“La palabra se encarnó y puso su morada entre nosotros”, dice el prólogo de Juan. Y ¿qué es la Palabra? Del evangelio se desprende que es aquella fuerza creadora que da vida a todo e incluso más que eso, porque dice que esta Palabra desde siempre estuvo con Dios y vino al mundo encarnándose en la historia, pero que fue rechazada por los suyos, ya que prefirieron las obras de las tinieblas a las de la luz. Es cierto que el Niño Dios es luz, pero todavía son muchos los que no creen que esta Palabra encarnada será ahora y para siempre el punto de encuentro entre Dios y la humanidad.
Los que creían en la llegada del Mesías esperaban a un rey poderoso y les nació un Niño Dios pobre. Los que frecuentaban el Templo estaban expectantes para la entronización del nuevo David y este Niño Dios llega a una casa desconocida y sin lujos. El ruido de trompetas y el humo del incienso anunciarían al Mesías, pero unos sencillos pastores tuvieron el privilegio de rendirle los primeros honores. Es el mundo al revés o ¿un Dios al revés? La venida del Niño Dios nos lleva a cambiar nuestro corazón para verlo con ojos nuevos.
Nuestra sociedad camina en medio de hombres que no buscan ni a Dios ni las cosas de arriba, sino solo las de la tierra. Sin duda que la Navidad incomoda a varios y por eso se la arrebata. El Dios hecho hombre molesta por identificarse con la pobreza, que es una denuncia de la miseria existente junto a la opulencia de otros; es incómodo para el materialista que niega la trascendencia divina y humana y es un estorbo para quien vive creyéndose el ombligo del mundo.
Los que todavía esperamos con ilusión este tiempo de Navidad, no permitamos que nos roben lo que creemos. Porque la Navidad es un mensaje del amor de Dios al mundo y que apela a ser correspondido. Guste o no, Jesús es la Navidad y la Navidad es Jesús.
“La palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre…” (Jn 1, 9).