La parábola de la cizaña completa la gran parábola del sembrador y está dividida en dos partes: la exposición al pueblo y la explicación a los discípulos. Jesús se vale de dos elementos, el trigo y la cizaña, y establece una comparación. A través de estos, presenta quién es Dios Padre y cómo actúa en el mundo. Sin embargo, sobre qué nos cuestiona Jesús: ¿Cómo el Reino y sus valores son un riesgo para una sociedad cuyos principios son contrarios a la vida?, ¿cómo el Reino es comparado con la siembra del trigo en un terreno hostil y sujeto a oposiciones? O ¿cuánta paciencia tiene el dueño del campo?
Sin duda que la parábola manifiesta el malestar que genera la instauración del Reino, sobre todo, en la sociedad de hoy, donde sus criterios y prácticas discriminan a las personas. No obstante, la enseñanza de Jesús revela también cómo es la condición humana, pues en ella coexisten el bien y el mal. Porque nadie es de «trigo limpio» y todos tenemos algo de cizaña. Pero a veces pareciera ser que el predominio no es precisamente del bien. En este sentido, muchos se preguntan: ¿Por qué Dios permite el mal o no lo elimina? Ante esta realidad, Jesús nos dice que hay que ejercer la tolerancia, actuar con discernimiento y mostrarse paciente siempre. Además, Dios no prueba ni castiga, ni manda el mal y tampoco le da permiso. Porque, antes que todo, él confía en el hombre, lo ama a pesar de sus miserias y hasta en el último momento aguarda por su conversión.
Por eso espera que cada creyente no sucumba tan fácilmente al mal ni que caiga en el derrotismo y en la desesperanza. Porque al mal únicamente se puede vencer a fuerza del bien. Es cierto que cuesta entender la lógica de Dios y su misericordia, pero esta última no es negación de la justicia ni del poder, sino que sin misericordia la justicia se hace injusticia y Dios siempre apostará por la conversión: «no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva».
«Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero» (Mt 13, 30).
P. Fredy Peña T., ssp
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