Fredy Peña T., ssp
Los adversarios de Jesús lo ponen en una difícil prueba: ¿la misericordia o la justicia? La dramática escena nos pone en la encrucijada del discernimiento y la irrupción de una nueva forma de aplicar la ley sobre todo en el cómo, el cuándo o en qué circunstancias. Según la ley de Moisés (Deut 22, 22; Lev 20, 10), la mujer que fuera sorprendida en adulterio tenía que ser apedreada, y no solo ella, sino también con quien había cometido el adulterio. Como siempre, las palabras del Señor sorprenden: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.
¡Qué distintos son los criterios de Dios a los de los hombres! El pasaje evangélico de la mujer adúltera nos ayuda a contemplar el rostro amoroso de Cristo. La molestia de los escribas y fariseos –como maestros y doctores de la ley– es evidente, porque no aceptan que “otro” supla su “autoridad” como maestros. En cambio, Jesús cumple su obra de predicación y es escuchado, porque tiene autoridad moral: “Él hace lo que dice”.
El episodio acontece en el Templo, lugar donde es rechazado Jesús por parte de las autoridades judías. Aquello se había convertido en un centro de poder más que en la Casa de Dios donde se perdona y acoge al pecador. Jesús, al decir “el que no tenga pecado…”, instaura una nueva forma de vivir el amor y la misericordia, puesto que su moral no aplasta ni denigra, sino que levanta, dignifica y comprende a la persona desde su “debilidad”. Como creyentes, debemos entender que la religión ha de favorecer la convivencia justa y respetuosa entre las personas. No somos los llamados a juzgar al que ha caído en “adulterio” o pecado. Porque la religión corre el riesgo de endurecerse, si se coloca la Ley y la norma por encima del perdón, y se transforma a las personas en objetos para afirmar el poder. Además, la misericordia de Dios no se centra en la culpa ni mide qué castigo dar al pecador, sino que desde el amor lleva al hombre a discernir lo que está bien y lo que está mal.
“Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado? Ella le respondió: ‘Nadie, Señor’. ‘Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante’” (Jn 8, 10).
Complementa tu reflexión personal al Evangelio del domingo con estos aportes de SAN PABLO: