Junto con la parábola del Padre misericordioso, Jesús pone en evidencia los efectos negativos del legalismo farisaico, como también la imagen distorsionada del amor de Dios. Si Jesús da hospitalidad a los paganos es porque quiere actuar según ese amor del Padre, que se alegra por la conversión del pecador. Asimismo, el amor de este padre, que ama indistintamente al hijo mayor y al menor, no se compara con la respuesta interesada de ambos hijos.
Los hijos de la parábola no tienen fidelidad a su padre, ni sentido de pertenencia a su familia, pues el mayor está en casa como un funcionario asalariado y el otro se va y abandona a todos y todo. No obstante, para el padre misericordioso ambos poseen un valor infinito, pues este se alegra, abraza, besa y acoge al hijo menor, porque tiene un valor irreemplazable para él. Cuando –como hijos de Dios– buscamos el perdón de Dios y nos dejamos encontrar por este padre amoroso, todo desemboca no en juicios recriminatorios ni castigos, sino en un clima festivo donde nos alegramos junto con el Padre. Sin embargo, el hijo mayor de la parábola cree que ha hecho los méritos suficientes para tener todo el amor del padre, por el simple motivo de no contradecir sus mandatos. En cambio, el hijo menor debe ser castigado por su falta e irresponsabilidad.
Como creyentes, muchas veces actuamos como estos dos hijos: abandonamos a Jesús o aplicamos ese legalismo que no nos permite ver la gratuidad del amor de Dios. Cuánto falta por entender que el amor de Dios no se exige como pago a una buena conducta, sino que es un don inmerecido y se celebra según la conciencia y experiencia que se tenga de su misericordia o amor gratuito. En más de alguna ocasión, somos hijos perdidos –pródigos o legalistas– que organizamos nuestra vida sin Dios y nos vamos de casa. Por eso necesitamos convertirnos a la luz del amor misericordioso del Padre y bajar de nuestra soberbia enfermiza.
“Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (Lc 15, 23).
Fredy Peña Tobar, ssp.
Complementa tu reflexión personal al Evangelio del domingo con estos aportes de SAN PABLO: