Jesús se presenta como el Maestro que trae justicia y una nueva forma de relacionarse, que no tiene nada que ver con los “criterios” de este mundo. Él no ve a la comunidad creyente como aquella en la que cada uno anda a su manera, sin que haya una real preocupación por el otro. Es un interés que está determinado solo por la consideración del amor a Dios y por la caridad al prójimo.
Esa carencia del amor de Dios se manifiesta cuando alguien hiere o es indiferente ante el prójimo. Somos testigos de hombres y mujeres que se hunden en el alcohol y pierden su trabajo, familia o amistades. Constatamos cómo el prójimo va hacia un abismo, pero por temor a la intromisión no alzamos la voz para decir: “cuenta conmigo…”. Mostrar a otros que pueden tropezar nunca es fácil y la caridad siempre dispone al amor fraterno, que implica la obligación de advertir sobre los peligros que acechan nuestra vida.
Sin duda que lo más difícil para cualquiera es perdonar, pero Jesús nos dice: “Si te escucha, habrás ganado a un hermano…”. Esa ganancia no es para “sí” y ese hermano reconciliado necesita ser acogido. Cuando se perdona de corazón, hay que ir en busca de quien erró en calidad de quien ya perdonó. Mostrar al que se ha equivocado e invitarlo para que se reivindique es un modo de recuperar lo que se dañó.
Por eso no nos debe retraer el temor ni las molestias que acarrea el perdonar, allí donde se ha roto algún vínculo. Cuando Jesús le otorga a Pedro la facultad de “atar y desatar” –términos jurídicos y atribuciones de la comunidad?, más que dictaminar sentencias por transgredir las normas, insta a la comunidad a ejercer la misericordia. Al ser misericordiosos que no impere, en nosotros, la presunción de ser justos, porque el perdón de Jesús siempre se mostró compasivo y humilde.
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo… Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.” Mt 18, 15.
P. Fredy Peña T., ssp