Nuevamente Jesús se ve enfrentado con los escribas, que eran los intérpretes oficiales de la Toráh y también especialistas en derecho. Este conocimiento les permitía ─a más de alguno─ burlar las leyes en beneficio propio. Ante estos antecedentes, Jesús advierte: “Cuídense de los escribas”, pues su arrogancia, ostentación y sobreexposición contrasta con la figura de la viuda y su ofrenda. Ella se vestía como pobre, no era reconocida en las plazas sino por su indigencia. Tampoco gozaba de privilegios ni menos tenía silla propia en la sinagoga.
Sin embargo, lo más penoso de la situación es que los escribas, en nombre de la religión, explotaban a los que tenían menos, como las “viudas”, pues a ellas debían asesorar en cuestiones legales, pero “piadosamente” no escatimaban en cobrar sus servicios. Dice Jesús, devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. La enseñanza del Maestro estimula para que, en vez de reivindicar derechos y privilegios, sus discípulos deban estar dispuestos a hacerse los últimos y los servidores de todos. Hay que erradicar ese deseo egoísta de sacar ventaja de toda situación como también el “aprovecharse” de aquel que sabe menos, que no tiene educación o está más vulnerable. No son los más “astutos” quienes valen a los ojos de Dios, sino los que depositan en él su confianza.
Frente a la mala praxis religiosa de los escribas, la figura de la viuda que solamente posee lo necesario para vivir, da de lo único que posee. Dar de lo que nos sobra, ¿qué mérito tiene? Imitar a la viuda en su generosidad es dar desde lo esencial. Es decir, desde lo que nos duele realmente. Con su ofrenda, la viuda se da a sí misma y coloca a Dios como valor absoluto, incluso por encima de su propia persona y por eso se confía solo en Él.
“Todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).
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