La propuesta de Jesús no tiene matices y, a través de la parábola del buen samaritano, confirma que el camino que conduce a la Vida eterna es amar sin límites conjuntamente a Dios y al prójimo. Es decir, el Señor se remite a dos mandamientos: el amor incondicional y sin límites tanto a Dios como al hombre. Sin embargo, a la pregunta del letrado, Jesús responde con otra pregunta “¿Qué está escrito en la Ley?”: Amarás al Señor, tu Dios… En efecto, Jesús felicita lo acertado de la respuesta y agrega: “Obra así y alcanzarás la vida”.
Mientras que el letrado pregunta por la “vida” y el “ser”, Jesús lo remite a donarse en amor para recibir la Vida y lo lleva al primado del “hacer”. El letrado se ha quedado en lo teórico del amor, porque no le interesa la praxis. ¿De qué sirve el saber teológico si el amor a Dios y al hermano es siempre una tarea pendiente y no lleva a una conversión sincera? Jesús no pide una definición de “prójimo”, sino que plantea hasta dónde y a quién se debe amar. En este sentido, los doctores de la ley, al estar anclados en prescripciones y leyes, se conformaban con la regla de oro: “Lo que no quieras para ti, no lo hagas para los demás”.
No obstante, para Jesús no basta esa regla de oro, porque ¿qué llevó al sacerdote y al levita a no asistir al malherido? ¿Motivos de pureza ritual o humanidad? La actitud de ambos nos muestra una contradicción, porque es un escándalo querer servir a Dios y no ser solidarios con el necesitado o quemar incienso en el altar y al mismo tiempo ser prepotente, mal educado, altanero y poco afable. Por eso Jesús invita al letrado a que se coloque en el lugar del que necesita ayuda, porque el problema no es saber quién es mi prójimo, sino “hacerse prójimo”. San Ambrosio dice: “No es el parentesco lo que nos hace prójimos, sino la misericordia”.
“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?” (Lc 10, 36).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
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