Juan y Santiago, en un arrebato de exigencia, le piden a Jesús nada menos que sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en su Reino, pues piensan que muy pronto su Maestro será proclamado y reconocido públicamente como el Mesías de Israel por las autoridades judías. En consecuencia, quieren asegurarse desde ahora un “buen puesto” en su Reino. Sin duda que es difícil ponderar sus intenciones, puesto que no sabemos si están pensando piadosamente en la gloria del cielo o bien en la tierra. No obstante, cualquiera de las dos no coincide con los planes de Dios, ya que buscan intereses personales por encima del prójimo.
Además, tergiversan el seguimiento de Jesús, que, ante todo, es una opción de vida y no un trampolín para obtener privilegios. Por eso, los instruye y afirma que los gobernantes o poderosos utilizan el poder para abusar y oprimir al más débil. En cambio, quien ve en el poder una oportunidad para dar un mejor servicio entonces ha encontrado la esencia de ser discípulo, a imagen y semejanza del Maestro. Por eso, Jesús responde: “el que quiera ser grande o el primero, que se haga servidor de ustedes y de todos”.
Porque existe una diferencia abismal entre servir a los demás y servirse de estos. Y esta es la gran paradoja de Jesús. Porque sus discípulos discutían acerca de quién ocuparía el lugar más importante o quién sería seleccionado como el privilegiado. Pero se olvidan de que el discípulo no está llamado a preocuparse si está a la derecha o a la izquierda del Señor, sino a estar con él en el amor generoso. La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que se debe estar atentos para no caer en la tentación de nuestro tiempo: “utilizar las cosas del Reino para buscarse a sí mismos”. Jesús nos quiere a su lado para sentarnos en el trono del discipulado como de quien sirve y no en el trono del poder.
“Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10, 43-44).