Ante los episodios de la curación de la mujer hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo, asistimos a la eficacia de lo que significa la confianza en el Señor. Aparecen dos mujeres que han experimentado el dolor y la fragilidad de su condición. Una de ellas, la niña, comienza a reconocer su cuerpo de mujer, en una cultura que a los doce años eran dadas en matrimonio; la mujer hemorroísa padece en su cuerpo una enfermedad que la segregaba por impura y era causa de desprecio. Ha gastado todo lo que tenía, discriminada por no poder quedar embarazada, pero no ha perdido la esperanza. También Jairo espera obtener una ayuda para su hija, que está agonizando, pues los médicos no han logrado curarla.
Sin duda que ante una enfermedad o la muerte sentimos la incapacidad de no poder hacer algo más. Incluso teniendo los medios económicos y con todo el amor que profesamos, solo nos queda, muchas veces, asumir la impotencia. No obstante, he aquí el punto clave: ¿Cuál es la relación entre Jesús y la muerte? Jesús dice a Jairo: No te dejes dominar por el miedo y la desesperación; permanece firme en la confianza y “cree”. Y a la mujer hemorroísa: “Hija, tu fe te ha salvado”.
La acción de Jesús sobrepasa los límites de toda experiencia y actúa como ningún otro hombre puede actuar. No se queda en la lamentación, que es la expresión de la incapacidad humana. Al contrario, él, con sus gestos y palabras, revela su poder y grandeza sobrehumana. Palabras y gestos en los cuales creyó la mujer hemorroísa, incluso el propio Jairo. Ella acaba robando de Jesús esa fuerza misteriosa capaz de curar; él, por su confianza en el Maestro, termina convenciéndose, de que la muerte no tiene la última palabra. Por eso Jesús no acepta el lamento impotente sino la fuerza de su amor, que ordena: “Niña, a ti te hablo, levántate”.
“En seguida la niña… se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro” (Mc 5, 42).
P. Freddy Peña T., ssp