Instaurar el Reino de justicia que proclama Jesús en una sociedad que defendía la acumulación de la riqueza, el prestigio y el poder no era tarea fácil. Hoy, las cosas no han cambiado mucho; sin embargo, la opción por el Reino de Jesús es como arar la tierra; por donde pasa, el arado deja sus huellas.
La expresión “no es digno de mí…” no significa que debemos amar en menor o mayor grado a nuestra familia; al contrario, a esta se la ama siempre. No obstante, podemos hacer “cortes profundos”, incluso con ella. Nunca seremos discípulos de Jesús si no rompemos con una forma de vida que considera “justa” la acumulación de las riquezas en manos de pocos y en perjuicio de los que tienen menos. No olvidemos que somos seguidores de un crucificado, alguien que fue perseguido, sentenciado a muerte y, por lo tanto, corremos la misma suerte si denunciamos lo injusto y mezquino.
El que recibe a un profeta… los primeros discípulos de Jesús, al igual que él, eran predicadores itinerantes que iban de ciudad en ciudad. No tenían morada fija y no eran bien vistos por la sociedad de entonces. Hoy es imperioso reconocer a Cristo en los más débiles o pobres, en las madres solteras que procuran la ayuda de instituciones sociales, en los extranjeros con papeles legales o sin ellos, en los niños que no poseen familia, en los que viven discriminación o en los ancianos olvidados en las casas de reposo. En una sociedad que defiende más la mentira que la verdad, la traición más que la lealtad, la violencia y no la paz o la corrupción más que la honestidad, estamos invitados a ver a Cristo siempre en el que sufre. Jesús no nos dice cómo solidarizarnos con los que proclaman el egoísmo humano y sus consecuencias, ni tampoco da recetas, pues cree que sus seguidores son lo suficientemente lúcidos, con sentido común y sensibles como para saber cuándo un pequeño gesto de hospitalidad, como dar un vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa ante los ojos de Dios.
“El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”, Mt 10, 39.
P. Fredy Peña T., ssp