Los discípulos de Jesús, o los Once, se dirigen hacia Galilea, donde el Señor comenzará su ministerio público y donde se dará toda práctica de la justicia que hizo nacer el nuevo Reino. Es el lugar del testimonio y la acción de la comunidad cristiana. En ese lugar, Jesús subirá al monte como una especie de ascenso simbólico, al igual que cuando se transfiguró y envió a sus discípulos para una misión universal, no circunscrita solo para los judíos. Por tanto, los Once deberán enseñar no para hacer “maestros” o sentirse superiores, sino para hacer discípulos de Jesús.
A partir de la resurrección de Jesús, los Once han de anunciar que el Reino de Dios ha llegado, es decir, Dios está presente en medio de la comunidad que, a pesar de los problemas y discrepancias, permanece unida al Señor, por medio de su presencia consoladora y amorosa. Sin embargo, el factor “duda” es inevitable y los discípulos de Jesús también dudan. A veces, es bueno “dudar”. El no dudar nos lleva a un fanatismo irrestricto y a una ingenuidad que no permite dar un salto cualitativo en la fe, para pasar de una fe de niño a la de un adulto.
No obstante, lo importante es saber que “dudar” es la falta de confianza en el amor de Jesús. Es una alerta que constantemente acompaña a la comunidad, porque hay miedo al riesgo y a la falta de compromiso con la caridad cristiana. Es un desafío que invita a una conversión permanente al proyecto de Dios.
Sin embargo, el Señor ha dado el poder a los Once para hacer discípulos de Jesús, por medio del bautismo y la instrucción de la fe. Ser bautizados en nombre de la Trinidad Santa significa no solamente un sello de identidad, sino de compromiso, de responsabilidad y de convicción cada vez que nos ponemos en la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).
Fredy Peña T.