El episodio de Marta y María es un buen ejemplo para discernir si verdaderamente queremos estar en comunión con Dios. Jesús ha entrado en la casa de dos mujeres, las cuales no participaban del culto ni menos podían dedicarse al estudio de la Ley. Sin embargo, Jesús anula esa costumbre y la hermana de Marta se convierte en un tipo de discípulo que, al igual que la virgen María, pasó a ser una mujer “activa” en la contemplación, es decir, solícita en cumplir la Palabra de Dios y disponible a la acción del Espíritu Santo.
Marta representa a esa porción del pueblo que se encuentra ocupada en hacer muchas cosas por el Señor y se esmera en cumplir con los 613 preceptos para prepararse al esperado encuentro, pero aún no percibe que el Maestro ha llegado, pues cree que con “cumplir” ya todo está arreglado. Por tanto, su criterio de juicio para determinar el comportamiento de los demás es si cumplen o no con la Palabra de Dios.
Por su parte, María practica también la costumbre de la hospitalidad, pero lo hace de un modo distinto. Ella representa a aquel “creyente” que se da cuenta de que llega su Señor y por eso deja de hacer lo que estaba haciendo, porque disfruta de la presencia del Esposo, cuya alegría es que su esposa se alegre. Su solicitud para con el Señor sale del corazón, que es la mejor parte que nadie puede arrebatar a quien cree y que personas como María ?generosas, bondadosas? están llamadas a experimentar esa presencia viva de Dios.
María es modelo del discípulo no por el hecho de no hacer nada, sino porque coloca como base el seguimiento al Señor y la escucha de sus enseñanzas. Por eso la persona contemplativa es toda aquella que pone oídos a lo que dice Jesús y lo hace vida, porque descubre en la oración y el discernimiento cuál es su papel en el proyecto de Dios.
“María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 41.42).
P. Fredy Peña T., ssp