Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda y en medio de una historia de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos. Todo se da en un contexto familiar y donde dos personas contraerán un compromiso nupcial. Jesús y sus discípulos son invitados a esta fiesta y la virgen María está también allí. Recordemos que las celebraciones nupciales en el Oriente medio duraban alrededor de una semana. No obstante, en medio de la alegría, falta el vino para festejar ese gran momento. ¡Qué tragedia para aquellos jóvenes esposos! No obstante, María, con su gran delicadeza de madre y mujer, para evitar la pena a esos novios, le dice a Jesús: “No tienen vino”.
La respuesta de Jesús a su Madre hubiera descolocado a cualquiera ¿Qué nos interesa esto a ti y a mí? No era problema de ellos. Y añade un motivo aún más fuerte para no involucrarse en la cuestión: Aún no ha llegado mi hora. Porque para el propio Señor todavía no era el momento de manifestar al mundo su poder, ya que la verdadera fiesta de casamiento, con vino abundante, tendrá lugar únicamente cuando sea glorificado. Por eso, el hagan todo como él les diga es como un anticipo de la salvación otorgada por el Hijo. María trajo a Jesús al mundo y como intercesora nos pide que todo debe hacerse cuándo y cómo Jesús, el Hijo de Dios, dice.
En efecto, todo el relato se centra en la persona de Jesús, porque él es el auténtico esposo y María es la virgen fiel, agradable a Dios y confiada en él. Porque donde está el amor y la alegría, allí se encuentra Jesús: ¿es este el rostro alegre de ser cristianos, de nuestras celebraciones o de ser un matrimonio fiel? Si verdaderamente está Jesús en nuestra vida, entonces sí puede cambiar todo, como lo hizo en Caná de Galilea. Abramos la puerta a Cristo para recuperar la alegría dormida, la esperanza perdida y el amor renovado.
“Pero su madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan todo lo que él les diga’” (Jn 2, 5).