Las dudas acerca de la persona de Jesús también tocan a Juan Bautista y el hecho de que haya enviado a sus discípulos para que preguntaran a Jesús si era o no el Mesías esperado, confirman sus vacilaciones. El Señor no contesta su pregunta, sino que apela al “discernimiento” de quienes han visto y oído de su persona y acciones. Porque solamente quien “oye” y “ve” las obras de Jesús es capaz de percibir que él es el Mesías. Su misión es llevada a cabo en el compromiso personal con el pobre y el necesitado: “los ciegos ven y los paralíticos caminan…”.
Sin duda que la preocupación por los más débiles y desvalidos es lo que define la persona y la misión de Jesús, y no otro mesianismo simple y triunfalista. Es por esta razón que decepcionó a todos los que veían en él al heredero del poder y del dominio del rey David. Pero el gran signo de su mesianismo está dado por ese amor predilecto de aquellos que no tienen nada que ofrecer al mundo, no porque no quieran, sino porque no pueden, no son “alguien” ni poseen nada que a otros pueda interesar. Así, las palabras de Jesús acerca de la persona de Juan confirman el objetivo de su “predilección”: Juan no se dejó llevar por el sistema, ni pactó con la sociedad que privilegia a unos y excluye a otros; no se dejó llevar por las tendencias, modas o corrientes de pensamiento de su época, porque fue fiel a su vocación profética.
Así es, personas como Juan Bautista todavía existen en la Iglesia y son los que preparan el encuentro con el Reino de Dios, inaugurado por Jesús. Sin embargo, “el menor en el Reino de los cielos es mayor que él”. Y ¿quién es el menor en el Reino? Probablemente el propio Jesús, que entregó su vida para que el mundo nuevo pueda emerger y existir.
“Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él” (Mt 11, 11).
P. Fredy Peña Tobar, ssp
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