Jesús se muestra, una vez más, amigo y dueño de la vida. La resurrección de la hija de Jairo y la curación de la mujer hemorroísa evidencian la llegada, la vitalidad del Reino de Dios y su poder sobre la muerte. En ambos milagros actúa ese poder, pero también la fe de quienes se lo piden. Además, se dan coincidencias especiales como: las afectadas son mujeres, consideradas impuras (la hemorroísa por sus pérdidas de sangre y la niña muerta por estar alejada de la mano de Dios) y a ambas se les está yendo la vida. La intervención de Jesús permite que ambas se reinserten a la vida familiar y social.
Sin embargo, la “victoria” de Jesús no consiste únicamente en haber sanado a la mujer hemorroísa y haber prolongado los años de la hija de Jairo, sino también que se prepara para otra “victoria” más sublime y reveladora, de la que esta es solo signo y anticipo: “su muerte y resurrección”. Sabemos, que la muerte no es fácil de aceptar, pero Jairo está lleno de fe y cree en el poder de Jesús: “No temas, basta que creas”. Son palabras que han de calar muy hondo en la vida de todo creyente sobre todo ante la adversidad y cuando nos parezca que el Señor es un mero espectador de lo que nos pasa.
En las situaciones adversas, no es que el Señor nos deje solos. Simplemente, Dios quiere que esas circunstancias sean ocasiones de crecimiento y madurez en la fe, y no de renuncia a la fe y a la esperanza. Si solo se busca a Dios cuando todo es bonanza y alegría, seguramente perderemos momentos muy especiales de su presencia amorosa. Por eso más allá de la fe de Jairo y de la mujer hemorroísa, el milagro de Jesús crea un nuevo espacio de “encuentro”, que permite la sanación, la reconciliación y la liberación de una sociedad enferma.
Fredy Peña Tobar, ssp