Una vez más, la figura del Maestro es signo de contradicción y de interpelación, pues ante una comunidad conflictuada su presencia debe ser un ejemplo para todos. Como en todo grupo de personas, había algunas que se creían superiores a las otras y emitían juicios respecto de las demás. Por eso su “persona” viene a iluminar y a orientar los problemas de liderazgos y de corrección fraterna. El “Sermón de la Montaña” manifiesta que la nueva sociedad ha de nacer dentro de la propia comunidad, transformando las relaciones sociales que la sustentan.
¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Los ciegos son todos aquellos discípulos de Jesús que juzgan a los demás y se colocan en el lugar de Dios. Muchas veces pasa que ante el pecado de nuestro prójimo nos creemos con el derecho a corregir. Esa corrección se torna en “hipocresía” cuando con la excusa de querer hacer mejores a los demás nos convertimos en jueces y olvidamos que solo Dios puede serlo. Es fácil practicar una religión para los otros; pero es difícil ver la viga que hay en nuestros ojos. Entonces, ¿cómo actuar ante el pecado de nuestro hermano? Es necesario imitar aquello que vemos de bueno en él y “corregir” en nosotros lo que creemos está errado en nuestros semejantes. Solamente cuando nos hayamos corregido estaremos en condiciones de guiar al hermano.
Jesús es el “árbol bueno” que produce frutos de liberación y que con su muerte generó vida nueva. Así demostró lo que significa establecer relaciones sociales justas. Por tanto, los frutos que podamos dar como cristianos residen en las opciones preferenciales de cada uno y de lo que hay en nuestros corazones. Las nuevas relaciones sociales propuestas por el “Sermón de la Montaña” presuponen una comunidad en donde nadie juzgue a nadie.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? (Lc 6, 41)
P. Fredy Peña T., ssp