El “hombre rico” que buscaba a Jesús es la antítesis de todo aquel que, sintiéndose libre y señor de sí, puede preguntar al Maestro: ¿Qué debo hacer para obtener la Vida eterna? Aquel encuentro fue determinante, porque quien no antepone a eso toda una vida bella y placentera, vivida en conformidad con sus propios gustos, sino que respeta incondicionalmente la voluntad de Dios, va por el camino que conduce a la Vida eterna.
Hacer la voluntad de Dios exige renuncias en la vida presente, pero solo de la unión con Dios puede emanar la Vida en abundancia. Jesús invita al hombre rico a que lo deje todo y este último está ya consciente de no haber cometido injusticias al acumular riquezas, aunque cree que no es necesario hacer algo más para ser discípulo de Jesús. Pero la novedad de seguir a Jesús, para el rico, no estriba en solo no haber perjudicado a las personas al acumular riquezas, ya que para Jesús es necesario vender todo y darlo a los pobres, pues el nuevo concepto de justicia no nace de un cálculo legal, sino del ejercicio de la misericordia con los que tienen menos.
La afirmación de Jesús “¡Qué difícil será para los ricos…!” solo indica la imposibilidad de salvación para los que tienen más. Por eso la metáfora del camello y la aguja ilustra esa imposibilidad, porque siendo el camello el animal más grande en Palestina, podrá pasar por el ojo de la aguja antes de que el rico lo haga. ¿Qué es posible para Dios? ¿Salvar al rico a pesar de su riqueza o tocar su sentido de justicia y que siga a Jesús? El gran problema del hombre rico, y algunos “hombres ricos” de nuestro tiempo, es que aún no comprenden que la riqueza que no se coloca al servicio de la sociedad no es justicia sino pecado y, por lo tanto, no logran dimensionar las hermosas posibilidades que se les abren al ser más generosos y menos egoístas.
“Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible” (Mc 7, 27).
P. Fredy Peña T., ssp