P. Fredy Peña T., ssp
En el inicio de su misión en Galilea, Jesús, al sanar a la suegra de Pedro, confirma que el Reino de Dios es liberación del mal y curación integral. El modo de cómo Jesús actúa es sencillo y, al mismo tiempo, profundo. Dice un adagio popular: «Es sencillo ser santo, lo difícil es ser sencillo». Por eso la curación de los enfermos por Cristo es signo de que ha llegado el Reinado de Dios y, una vez que fue curada, la suegra de Pedro se puso a servirlos. En efecto, quien ha experimentado la presencia de Dios en su vida siente la necesidad de agradecer y de retribuir.
No obstante, la acción sanadora de Jesús no es, únicamente, la obra de un milagrero, terapeuta o médico. Porque, más allá de beneficiar a los demás, sus acciones tienen un trasfondo humano y divino. En efecto, él no se opone a la ciencia, ya que sus intervenciones suscitan experiencias saludables, salvíficas y que generan «vida». Jesús asume la fragilidad humana para erradicar todo aquello que limita al hombre y no lo hace feliz y libre. Por eso, siempre se manifiesta allí, donde la vida aparece más amenazada, malograda y aniquilada.
Asimismo, en este episodio hay una presencia del misterioso espíritu del mal, incluso estos conocen y confirman la identidad de Jesús. Pero son silenciados por él, puesto que aún falta para que pase por el cadalso de su muerte en cruz. Además, es consciente de que su misión no es solo socorrer continuamente las necesidades de la gente, sino la de anunciar por toda Galilea que el Reino de Dios ha llegado. Lástima que Simón y sus compañeros lo incitan a quedarse, porque «todos lo buscan». Pero Jesús, que conoce a sus discípulos y nuestro corazón, vence la tentación de la popularidad fácil, simplemente porque el camino de la liberación se fragua en la entrega generosa, desinteresada y confiada en las manos de Dios.
«Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1, 38).
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