Fredy Peña T., ssp
La parábola del hijo pródigo le permite a Jesús desenmascarar los efectos negativos del legalismo, cuya expresión más inmediata es la distorsión de la verdadera imagen de Dios. Jesús nos revela su experiencia de Dios como Padre, un padre que ama tanto a su hijo mayor como al menor. En efecto, la diferencia de este amor la imponen los dos hijos, pero no el padre. Porque en el amor del padre se manifiesta la alegría y la misericordia de Dios como prenda de salvación a los hijos perdidos, como también el amor ilimitado y gratuito de Dios.
La parábola expone cómo el hijo mayor representa a los hijos de Israel (inimputables por cumplir los mandamientos); y en contraposición está el hijo menor, que personifica a todos los marginados, pecadores y paganos convertidos. Este último, al pedir su parte de la herencia, la cual debía concretarse una vez fallecido su padre, sin que se cumpla esta normativa, el padre no la desestima y acepta tal petición, lo que muestra su total imparcialidad y al mismo tiempo que Dios no nos paga según nuestras acciones.
Por su parte, el hijo mayor cumple con el “ideal de hijo”. Sin embargo, su irresponsabilidad fundamental radica en que no desea reconciliarse, no se alegra por su hermano ni se adhiere al proyecto de su padre y por eso le reprocha “hace tantos años…”; es decir, no pone su vida en la relación padre-hijo, sino en la de patrón-siervo. Somos conscientes de que somos hijos de Dios y pensamos que lo merecemos todo. Eso nos lleva a ser mal agradecidos con nuestro Padre, porque no sabemos o no queremos corresponder a su amor infinito. ¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! No obstante, lo vemos como una obligación de parte de él. Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.
Pero Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos. No importa si le agradecemos o no.
“El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’” (Lc 15, 21).