A partir del milagro de las bodas de Caná, Jesús inaugura una renovada alianza y abre el acceso hacia una nueva creación. Alianza y creación son conceptos que manifiestan una humanidad que está naciendo y que cobra vida en la comunidad creyente. Así como la primera creación se desarrolló en siete días, ahora se dice que la enseñanza de Jesús es un germen nuevo. Hay todo un lenguaje recreacional, pero en clave nupcial; es decir, la alianza de amor con su pueblo es presentada como un casamiento en el que el propio Dios es el novio y su pueblo es la novia siempre amada, pero “infiel” e “ingrata”.
En este contexto matrimonial, los términos boda, banquete, fiesta y vino evocan los tiempos mesiánicos. Jesús es el que inaugura esta era, trayendo el vino del amor y la alegría. Solo aquellos que perseveren en la fidelidad a él y en la expectativa de la promesa mesiánica podrán degustar el vino que no se acaba ni pierde el sabor. El Señor, en las bodas de Caná, inaugura el nuevo modo de cómo Dios se relaciona con el hombre, ya no en función de ritos de purificación, sino sobre la base del amor pleno y verdadero. Así se supera la antigua ley para que, de ahora en adelante, el vínculo amoroso entre Dios y el hombre sea motivado solo por el amor gratuito y desinteresado.
Es cierto que no debemos perder la centralidad de Jesús; sin embargo, María se constituye en la esposa, la virgen fiel, pura, que es agradable a los ojos de Dios. Ella encarna a todo aquel que, antes de alzar los ojos al cielo, tiene la confianza de haber obtenido de Dios lo que pide, pero también la convicción de que aquello que no es concedido definitivamente sea lo más adecuado para su bien y santidad. Por eso la comunidad creyente, al donarse por la causa de Jesús, participa de la nueva creación. Solo los que estén cerca de él, bebiendo el vino nuevo, serán nuevas criaturas y felices.
“Pero su madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan todo lo que él les diga’” (Jn 2, 5).
P. Fredy Peña T., ssp