P. Fredy Peña T., ssp
Jesús aclara el sentido de su misión: “Dar su vida para que todos tengan vida”. Por eso que su crucifixión no será un motivo de derrota o desánimo, sino un signo evidente de que el alcance de su obra es el mundo entero. Tal vez no es simple coincidencia que unos griegos o judíos de lengua griega hayan escuchado sus palabras. Sin embargo, para el evangelista es la instancia donde se confirma lo que Jesús dijo: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir” (10, 16). Así, estas personas representan a las primicias de la gentilidad que viene a Jesús.
No obstante, sin olvidarse de su misión, el Señor reconoce que ha llegado la “hora”, es decir, su glorificación y también la de su Padre. Y qué es la “gloria” sino la manifestación del amor fiel de Dios, plasmado en la entrega de Jesús. Porque es necesario que el grano de trigo muera para que dé fruto. Sin duda que es la condición para que el grano libere la capacidad de vida que posee.
Al contrario de Jesús, incluso los que creen en él le temen a la muerte. Lamentablemente, no hemos aprendido del evangelio que la vida se frustra cuando tememos a morir. Porque el amor es verdadero solamente cuando está dispuesto a donarse incondicionalmente. Si bien, Jesús siente la angustia y la carga psicológica de su “hora”…–“Mi alma ahora está turbada…”,– no evade la confrontación. Porque su propia concepción de la vida lo insta a continuar: “El que tiene apego a su vida, la perderá…”. Vivimos una crisis ética generalizada, lo que se refleja en todos los ámbitos: político, económico, educativo, etcétera.
No obstante, a pesar de esta realidad, aún hay muchas personas que tienen una actitud generosa y que se esfuerzan por llevar una vida honesta y en sintonía con Dios. Sin duda, que es una forma de seguir a Jesús y entender que, a través de la fe, Dios nos ama. Muchos quieren ver a Jesús plasmado en lo cotidiano y en las personas. Es un deseo que atraviesa épocas y culturas, pero, lamentablemente, no terminará hasta que encuentro cristianos convencidos y confiados en la persona de Jesús.
“¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: ‘Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar’”, (Jn 12, 26).
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