P. Fredy Peña T., ssp
Este domingo, la Iglesia se aboca a la contemplación del misterio central de su fe: la Santísima Trinidad. Sin duda que es el misterio más importante de la fe cristiana, puesto que habla de la intimidad de Dios. En efecto, Jesús nos habló de Dios como una comunión de amor y manifestó el misterio de las tres personas divinas, pues en ellas pervive el gran misterio del amor de Dios: “el amor más puro y más hermoso del universo”. Es la revelación de un Dios que es el Amor en Persona, de acuerdo con la definición: “Dios es Amor” (1Jn 4, 8).
El propio Jesús nos reveló el misterio de la Santísima Trinidad y la fe de la Iglesia; en este misterio lo ha expresado de varias formas: al inicio de jornadas, oraciones, reuniones pastorales en el nombre del Padre y al Hijo y del Espíritu Santo. En oraciones que van dirigidas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En los sacramentos que son celebrados en el nombre del Dios Trino. Y cómo no recordar que fuimos bautizados en el misterio trinitario. Por eso, los cristianos, más allá de creer en este gran misterio, debiéramos preocuparnos por adentrarnos en él, es decir, vivir como hijos del Padre, amados por el Espíritu Santo y como hermanos de Jesús.
Si bien la fe nos ha ayudado a comprender que la Trinidad es Una, es decir, confesamos tres personas, pero un solo Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en una comunión de amor, pero como creyentes, ¿somos conscientes de esa comunión de amor?
Cuánto falta para que nuestra Iglesia asuma que la fe no se puede vivir a “solas” y que debemos aprender a vivir y evangelizar en comunión con nuestros hermanos. Si el afán de protagonismo e individualismo es mayor que la comunión en la fe, entonces estamos condenados a morir. Éste es el gran desafío que nos propone el misterio de la Santísima Trinidad: la vida en común del Dios Trino que busca plasmarse en cada creyente. Él nos ama y porque nos ama, quiere hacernos partícipes de su vida divina: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).
“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).