Los discípulos veían que Jesús se retiraba a orar y volvía transformado, con nuevas energías. Su oración es motivo más que suficiente para que ellos quieran aprender a orar como él. Curiosamente, lo nuevo está en cómo se relacionan las personas con Dios, pues “Cuando oren digan: ‘Padre’”. A partir de ahora, los discípulos de Jesús y el cristiano recurrirán a la oración del Padrenuestro. En ella, Jesús nos enseña una forma habitual y ritual de rezar. Nos presenta un modo de vida que se caracteriza por la confianza en el Padre, el aliento para no claudicar en ambientes hostiles y el compromiso personal y comunitario.
Es cierto que la oración del Padrenuestro puede sonar a repetitiva y monótona. Pero Jesús nos invita a valorizarla para encontrarle su sentido. Porque cuando decimos “Santificado sea tu nombre” reconocemos que Dios quiere santificar las acciones de sus hijos adoptivos, pues son el testimonio del Reino. Porque pedir que “Venga su Reino” significa abrirse al proyecto de Dios para la construcción de la sociedad. Porque al pedir el “Pan de cada día” depositamos la confianza solo en Dios y asumimos la participación como forma de plasmar el Reino. Porque al rechazar el perdón en las relaciones humanas, hacemos inútil y estéril pedir “Perdón por nuestros pecados”. Porque Dios al no permitir que “Caigamos en las tentaciones” del poder, del tener y del prestigio, los cristianos respondemos con el servicio, la solidaridad y la disponibilidad.
Termina diciendo Jesús: “Si ustedes, que son malos…”, es decir, la forma de cómo Dios es Padre supera la paternidad humana, porque en su designio amoroso jamás dejará de recompensar la constancia en la oración, pues nunca dará a sus hijos algo que no sea útil y saludable para su santificación. “Pidan y se les dará…”, como el amigo inoportuno de la parábola, oramos a Dios sabiendo que nuestra oración será escuchada.
“Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Lc 11, 10).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
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